La tensión se instala en la casa de los De la Reina tras la visita del sargento de la Guardia Civil. Los agentes investigan la desaparición de Santiago, pero lo cierto es que no tienen ninguna pista.

Sin testigos ni movimientos, el caso parece haberse convertido en un callejón sin salida. “Es como si se hubiese desvanecido”, admite el sargento con desconcierto, sin saber que sus interlocutores guardan un oscuro secreto: Santiago está muerto.

Por fuera, Marta y Pelayo mantienen la compostura, colaborando en lo justo con la investigación. Sin embargo, en su interior sienten cómo la presión crece.

Su temor no es por el paradero de Santiago, sino por la posibilidad de que la verdad salga a la luz y todo se descubra antes de tiempo. El matrimonio juega a dos caras: aparentar calma frente a la Guardia Civil y sobrevivir con la angustia que les consume por dentro.

Marta, además, sigue obsesionada con la desaparición de Fina, sin saber que fue Pelayo quien la obligó a marcharse. Su desconocimiento añade un punto de drama a la trama, pues mientras busca respuestas, su propio marido guarda silencio.

La ausencia de Fina pesa en Marta y el resto y la convierte en una pieza clave de un rompecabezas que nadie logra completar.

A solas, Marta confiesa a Irene su miedo. La joven teme que la policía acabe siguiendo el rastro hasta la Casa de los Montes, lugar en el que Santiago ya estuvo en el pasado.

Pelayo intenta tranquilizarla asegurándole que los agentes cerrarán el caso pronto, convencidos de que el fugado ha escapado al extranjero. Sin embargo, la incertidumbre no deja de crecer.